quarta-feira, 23 de janeiro de 2019

Cuando el silencio grita


  Mira el calendario cada mañana mientras piensa lo eterno que es el tiempo sin él. Tacha los días correspondientes a su agonía y se sirve una taza de café. Con la barbilla apoyada en su mano y la mirada fija en una mancha de mermelada sobre la barra, le gusta menear la cuchara en sentido a las manecillas del reloj esperando a que el tiempo avance más rápido, pero sabe que es inútil. Cree que en cualquier momento recibirá un mensaje de él. Entonces da un sobresalto y recuerda que no tiene un timbre predeterminado para ese instante mágico. Toma su teléfono (raro de ella; a veces olvida donde lo coloca) y busca una melodía especial para ponerla de tono cada vez que el la llame.


  Un instante mágico regresó a su mente: Cuando el casino frente a la casa iluminaba el rostro de él. Recuerda aquella buena medianoche mientras lo esperaba sentada sobre el sillón de la casa; la madrugada se asomaba pero el sueño se colaba entre las manos. Y es que no sabia que era dormir sin haberse despedido solo entre sonrisas y miradas de complicidad debajo de la luz neón de la ciudad. Y como todo, después de su reencuentro, llegaba la triste despedida. 

-Me tengo que ir a trabajar- él decía tratando de subirse al carro. 
-¿Sabes que significa “per can”? Lo leí esta mañana en una lata de energizante que dejas en cada almuerzo sobre la mesa- sonreía y detenía la puerta para que él no subiera. 
-Significa “por envase” pero se refiere sólo a las latas. Ahora si, debo ir a trabajar.
-Aún no he tomado la rebanada de pan que me regalaste. Quise preguntarte primero con que se come. No se si ponerle queso crema o mantequilla- le contestaba mientras se sentaba en el asiento trasero del carro. 


  Entonces, él entendía su plan. 
-Te lo puedes comer con ambas cosas. En la tarde te traeré otro. Pero en este momento ya me tengo que ir- respondía entre risas. 
Sabía lo que ella quería; cinco minutos, sólo cinco minutos más con él aunque no dijeran ni una sola palabra. Y se lo concedía. Sentados en los asientos del carro, miraban como cambiaba el semáforo una y otra vez. Se escuchaba el silencio tan claro que retumbaba en sus oídos. En los de ambos. 
-El semáforo de norte a sur cambia a verde cada 75 segundos. Y el que está frente a nosotros, que conduce al casino cambia cada 45 segundos. Por eso siempre escucho a los carros pitar con tanta desesperacion cada mañana. Debería ser al revés. Pero, ¿sabes algo? Ya cambió 12 veces. Quiere decir que en serio, ya tienes que irte. 
-Casi siempre haces esto. Y digo casi porque los días que descanso no te miro. No a estas horas. Me da un poco de risa que sólo quieres estar en silencio- le decía mientras la miraba por el retrovisor. 
-Prefiero no escuchar nada, salvo el silencio. De esa manera, estés conmigo o no, el silencio estará presente mientras hago que llegues tarde a tu trabajo. Lo tomo como algo muy especial. Así me acuerdo de ti. Y créeme que tengo la mejor vista detras de ti; Entre tú hombro y tu oreja derecha- contestaba mientras se bajaba del carro- ahora si, Dios te cuide. La ventaja es que estas a 5 minutos de tu trabajo. Mañana, Dios me permita el mismo momento. 
-Recuerda que mañana descanso, pero de todas maneras lo tendrás- esbozó una sonrisa y se fue...

Y ella regresó en si porque en ese preciso instante, el ruido de la cafetera la despertó de su recuerdo que soltó sobre el pensadero de su café. Concluye que el mejor sonido será aquel que no se escuche, pero que grite como cuando miraba el semáforo sentada detrás de él. Así que lo puso en vibrador. Escogió la única fotografía que tenía juntos y la determinó como “foto de contacto”. 
-No sueño, yo tengo fe- dijo en voz alta y la miro con las mismas ganas (desgastadas) de seguir adelante.  

  Su fe me recuerda que los miedos siempre están a la puerta. Pero es más grande quien está con ella. Incluso aunque sepa que él, no tiene su nuevo número de teléfono.


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